26/5/09

La actualidad de Heidegger


Una de las aportaciones que más lúcidamente he leído sobre lo 'contemporáneo' y la problemática de la validez de las interpretaciones de lo pensado; tanto sea del pensar
«de actualidad» o el pensar «de antaño». Aparte, estaría bien destacar algo en que el texto hace hincapié:

Una vez 'clasificamos' a alguien en la historia, le atribuimos un 'cliché histórico-cultural', parece como si cualquier mirada, al ser -necesariamente- desde la distancia, al habérsele atribuido -al personaje en cuestión-
ciertas categorías colectivamente aceptadas, ya somos capaces de tildar, de hablar de, de interpretar y creer que entendemos. Un ejemplo de ello podría venir dado por todo intento de categorizar según propios criterios -modernos- el pensar o el hacer de otros tiempos pasados, de otras lenguas o de otras formas de entender el mundo.

Eso sí; en cierto modo hay ya una cierta lógica en el que ya nos parezca peliagudo -a veces- el meternos con tiempos pasados, con civilizaciones de hace ya más de dos milenios. No ocurre así con lo más próximo, históricamente hablando. Solemos tomarnos a menudo la licencia de evadir cualquier tipo de alerta de este tipo para interpretar lo contemporáneo. Es habitual dejar de vigilar el que podamos malinterpretar algo cuanto más próximo está espacio-temporalmente la cosa en cuestión de nosotros.

No juzgo si el tomarnos más licencias está mejor o peor, pero lo que seguro que está mal es que no solemos ser conscientes de ello.






"Desde luego, la especial relación con la contemporaneidad nunca podría consistir en que cierto pensamiento sea «de actualidad» mientras que otros habrían pasado con su tiempo. Es verdad que todo pensamiento pertenece a un tiempo, pero esto es todo lo contrario de una limitación, porque es lo importante de cada «tiempo» lo que no «pasa» y ciertamente tampoco «permanece» en el sentido de que «siga valiendo», sino que, más bien –como he dicho en mi conferencia–, está por venir. Me refiero con esto a si realmente alguien cree que hemos entendido a Platón o a Kant, si se piensa que esos pensadores ya están ahí, alojados en la «historia». Lo que sí ocurre es que se han constituido los correspondientes clichés culturales; «todo el mundo» sabe (dependiendo sólo del nivel de cultura de cada uno) qué quiere decir «Kant» y qué quiere decir «Platón» (incluidas ciertas «diferencias de interpretación»); pero esto tiene muy poco que ver con que se haya entendido el pensamiento de Kant o el de Platón.

Así las cosas, la especificidad de lo contemporáneo (admitamos que Heidegger es un contemporáneo) tiene que consistir en alguna otra cosa. Por de pronto, desde luego, en que todavía no hay distancia suficiente para que podamos asegurar que se trata de uno de los grandes pensadores. Algunos creemos que en cierta manera sí, pero no hacemos de esto una tesis (y, de verdad, si alguien hace de algo así una tesis, es que la filosofía no es lo suyo). Por otra parte, la condición de contemporáneo significa que puedes hasta cierto punto, y sólo si lo sabes hacer bien, inmiscuirte en su propio discurso. Cuando lees a Platón, es esencial (y es parte esencial de su «actualidad» y de su importancia) el que tú entiendas cómo no podrías en ningún caso situarte allí donde él de manera natural está. Con Heidegger no es así, y por eso puedes (insisto: si sabes hacerlo) incluso discutirle su propio discurso."





Artículo "La actualidad de Heidegger", Felipe Martínez Marzoa

Imperativo categórico vs hipotético


He aquí un texto de Immanuel Kant en que se diferencia entre un imperativo categórico y uno hipotético, estableciendo la distinción -que a veces nos es difusa- entre una voluntad, un querer, en que una acción es buena en sí misma y otra en la cual esta acción es buena ya que ésta conlleva (almenos según nuestra propia hipótesis) algo otro que es bueno para nosotros.

En sí, como se puede ver, el límite -en la palabra- está claro, pero no ocurre del mismo modo en la vida, en la realidad, en que una decisión concreta se mueve por vínculos no tan claros. A veces ni los vemos, tratándose de algo inconsciente; otras, en cambio, quizá prefiramos mantener tales vínculos al margen de la cuestión, como ocultando el camino real y verdadero de las cosas. No abogo tampoco por tener que -necesariamente- exteriorizarlo todo siempre, puesto que a veces, con tenerlo claro uno mismo ya hay suficiente, pero... ¿Quizá alguna vez escondamos un objetivo ante una acción aparentemente desinteresada?

- Curiosos; a veces somos realmente curiosos-





"Pues bien; todos los imperativos mandan, ya hipotética, ya categóricamente. Aquellos representan la necesidad práctica de una acción posible, como medio de conseguir otra cosa que se quiere (o que es posible que se quiera). El imperativo categórico sería el que representase una acción por sí misma, sin referencia a ningún otro fin, como objetivamente necesaria. Toda ley práctica representa una acción posible como buena y, por tanto, como necesaria para un sujeto capaz de determinarse prácticamente por la razón. Resulta, pues, que todos los imperativos son fórmulas de la determinación de la acción, que es necesaria según el principio de una voluntad buena en algún modo. Ahora bien; si la acción es buena sólo como medio para alguna otra cosa, entonces es el imperativo hipotético; pero si la acción es representada como buena en sí, esto es, como necesaria en una voluntad conforme en sí con la razón, como un principio de tal voluntad, entonces es el imperativo categórico."





Fundamentación de la metafísica de las costumbres (Grundlegung zur Metaphysik der Sitten), capítulo II, Immanuel Kant, 1785

22/5/09

De la felicidad


Un ínfimo apunte a la felicidad de lo humano desde lo común; ¿o es que es algo que no nos preocupe, en definitiva, a todos nosotros? El encontrar el propio camino de vida; el modo de sentirse bien con uno mismo (y/o entre otros). Y, aun ser destino, dirección, compartida por todos, ¿no es especialmente difícil pretender llegar a categorizar 'cómo' llegar cada uno a esta?

¿Hay -creéis- posibilidad de una serie de criterios o categorías de, digamos, meta-felicidad, metafísicos, partiendo de lo abstracto que los humanos requieren para sentirse bien? ¿O todo acabaría en proverbios, moralejas y demás insuflaciones de valores variopintos provinentes de la sociedad, la religión, la ciencia, ... -como siempre ha sido-?






"Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felices, pero al ir a descubrir lo que hace feliz la vida, van a tientas, y no es fácil conseguir la felicidad en la vida, ya que se aleja uno tanto más de ella cuanto más afanosamente se la busque, si ha errado el camino, si éste lleva en sentido contrario, la misma velocidad aumenta la distancia.

Hay que determinar, pues, primero lo que apetecemos; luego se ha de considerar por dónde podemos avanzar hacia ello más rápidamente, y veremos por el camino, siempre que sea el bueno, cuánto se adelanta cada día y cuánto nos acercamos a aquéllo que nos impulsa un deseo natural. Mientras erremos de acá para allá sin seguir a otro guía que los rumores y los clamores discordantes que nos llaman hacia distintos lugares, se consumirá entre errores nuestra corta vida, aunque trabajemos día y noche para mejorar nuestro espíritu.

Hay que decidir, pues, a dónde nos dirijamos y por dónde, no sin ayuda de algún hombre experto que haya explorado el camino por donde avanzamos, ya que aquí la situación no es la misma que en los demás viajes; en éstos hay algún sendero, y los habitantes a quienes se pregunta no permiten extraviarse; pero aquí el camino más frecuentado y más famoso es el que más engaña. Nada importa, pues, más que no seguir, como ovejas, el rebaño de los que nos preceden, yendo así, no a donde hay que ir, sino a donde se va.

Y ciertamente nada nos envuelve en mayores males que acomodarnos al rumor, persuadidos de que lo mejor es lo admitido por el asentimiento de muchos, tener por buenos los ejemplos numerosos y no vivir racionalmente, sino por imitación. De ahí esa aglomeración tan grande de personas que se precipitan unas sobre otras. Lo que ocurre en una gran catástrofe colectiva, cuando la gente misma se aplasta, nadie cae sin arrastrar a otro y los primeros son la perdición de los que siguen, puedes verlo suceder en toda vida; nadie yerra sólo por su cuenta, sino que es causa y autor del error ajeno.

Es dañoso, pues, apegarse a los que van delante; y como todos prefieren creer que juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa. Pero ahora la gente se enfrenta con la razón, en defensa de su mal. Y sucede lo mismo que en los comicios, en los cuales los mismos que han nombrado a los pretores, se admiran de que hayan sido nombrados, cuando ha mudado el inconstante favor; aprobamos y condenamos las mismas cosas; éste es el resultado de todo juicio que se falla por el voto de la mayoría."





La opinión común y el acierto (Capítulo I), De la felicidad, Séneca, 58 dC

Espacio y límite


Seguimos en el asunto del espacio como forma, de la división como modo de dar validez al mundo -perceptible, a través de los sentidos- y de cómo nuestra manera de apropiarnos del mundo sea partiéndolo, dividiéndolo, en porciones 'controladas', limitadas. Aparece aquí, así como en el tema anterior, sobre Ariadna como primer arquitecto, la condición necesaria del espacio: el ser 'limitado', con una cierta 'forma', determinado. Creo que el texto aquí ya se expresa por sí sólo;





"El espacio es para ser dividido. Quizá podamos asumir que el espacio no es más que la pura posibilidad de la división, que, en la cual unos límites no son mejores que otros. Esta indiferencia es la razón por la cual todo intento para hacer coincidir espacio con nomos [*] tiene un carácter muy dudoso.

Es más; dicho espacio parece bastante ser la falta de
nomos. El espacio, en la medida en que realmente implica la indiferencia en cuanto a las opciones particulares, las divisiones, no puede ser aceptado como un fenómeno primario, ya que como condición primaria se estableciría que todo límite fuera tan válido como cualquier otro, y, consecuentemente, que ninguna división sería, al fin y al cabo, válida[**].

No es suficiente, para argumentar en este contexto, que hablando del espacio no sea necesario hacer referencia al espacio 'matemático', pues lo 'matemático' es básicamente el carácter de espacio que se presuponía, y la indiferencia se sigue de ello."






Space and Nomos (Espacio y Nomos; traducción del inglés propia), fragmento de The South Atlantic Quarterly 104:2, Felipe Martínez Marzoa, 2005.





* Nota añadida: Nomos, del griego νομός, podría traducirse como ley, como provincia o prefactura (el mundo griego estaba dividida por ellas). En este contexto, se asociaría a lo que tiene de 'legislativo' o no el espacio; lo jerárquico y lo válido que se asociaría (o se podría asociar) a su posibilidad de ser dividido -de una única forma y no de cualquier, digamos.

** Nota añadida: Para esclarecer la consecución lógica. Que del hecho de que todo fuera válido y no hubiera, pues, distinción entre validez y no-validez se derivaría que el concepto mismo de validez no tendría sentido, pues no distinguiría entre una serie de juicios (válidos) y otros (no válidos).

21/5/09

La primera arquitectura


Siguiendo con el tema anterior, de la dualidad inserida en lo humano a lo largo de la historia, y respecto al que nos permite entender o asimilar que algo 'sea', véase: la contraposición de algo con respecto algo otro, me gustaría mostraros un pequeño fragmento; hoy dedicado a algo que este curso he estado estudiando bastante (aunque más para el caso del imaginario hebreo y mesopotámico; ¡el griego no nos dio tiempo en un semestre!).

Aunque tengo que reconocer que si bien esta condición sine qua non para que algo sea -es decir, la de que algo difiera de algo otro- es algo bastante asumido, me gustaría mostrar algo al respecto más adelante. Pero, ni que sea a modo previo, viene a ser el que -por ejemplo- un día, sin la existencia de la noche, no sería entendido como día; en un universo en que el color azul fuera omnipresente (el único), la 'distinción' azul no tendría sentido.

Ya se verá más adelante, eso sí; ahora el tema trata de Dédalo, Ariadna y el minotauro.





"Desde siempre, ellos han querido hacernos creer que Dédalo, el constructor, fue el primer arquitecto -y que su obra, el Laberinto, fue la primera arquitectura.

Dédalo: el buen profesional, eficaz y sobrio, que no hace preguntas sino que da respuestas, el artífice indispensable en toda sociedad bien ordenada, desde la Cnosos de Minos a la Barcelona de Porcioles y Maragall.

Nos mentían.

Nunca pudo ser Dédalo el primer arquitecto, porque su laberinto no era arquitectura.

Para funcionar, para engañar al incauto, aquella fábrica prodigiosa, aquella implacable máquina de desorientar debía perder su apariencia, desvanecerse, renunciar a dejarse reconocer, debía no tener forma.

¿Y quién es capaz de llamar "arquitectura" a lo que no tiene forma?

Porque la muralla puede decir "soy impenetrable". La puerta, "soy sólida y angosta" o, por el contrario, "te esperaba, bienvenido". Pero el laberinto no puede decir nada. Ni siquiera advierte al visitante que está a punto de penetrar en algún sitio específico. Sólo al rato de estar en él se le ocurre al incauto que no sabe muy bien dónde se ha metido. Ahí no hay trayecto, ni dirección, no hay adentrarse o estar saliendo. Ni siquiera volver a pasar por el mismo sitio llega a reconocerse como repetición, y tampoco puede medirse así el tamaño, el ritmo del lugar. Todo es una indefinible vaguedad, que acompaña los pasos, siempre iguales, del desorientado.

En tal continuidad no hay arquitectura.

¿Cuándo aparece la arquitectura?

Cuando, entre tanta indiferencia, se distingue una forma. Cuando, en el laberinto, se fija una dirección, un trayecto: cuando Ariadna tiende el cordel con el que se señalará el camino. Es entonces cuando cada cosa pasa a tener nombre y posición: tú eres la entrada y tú el camino, tú la trampa y tú la salida, tú el centro y tú orilla. Nombre, es decir, identidad propia, diferencia, relaciones mutuas, forma.

Es Ariadna, y no Dédalo, el primer arquitecto.

El arquitecto no es quien construye, sino quien identifica la forma. La arquitectura aparece con el mismo gesto que dota de sentido al edificio, que lo interpreta. La forma es el resultado de la interpretación o, mejor, existe en ella -no previa a ella, sino como su simultánea condición y resultado, como su otro nombre.

Forma e interpretación son sinónimos, y hay un tercer término también equivalente: arquitectura.

Con otra característica, inmediatamente advertible. En el mismo momento en que Ariadna dota de forma al laberinto, describiéndolo, lo destruye -lo desarma, lo desarticula, lo vuelve inefectivo como trampa embaucadora, revela sus mecanismos de sugestión.

La arquitectura sólo puede ser, pues, deconstructiva.

Gombrich lo explicó bien con una fórmula más concentrada, pero exacta: "No se puede padecer una ilusión y analizarla". Pero es que "no se puede" lo que está por comprobar, no por escrupulosidad científica sino por gusto, por sentirse prendido y saliendo de la ilusión. Hay que despojar, sin embargo, de todo envoltorio heroico a la tarea deconstructiva de Ariadna. No se trata de adoptar el papel de un Odiseo atado al palo de la nave, para escuchar pero no ceder al canto de las sirenas. Se trata de trabajar como un carnicero, como un trinchador, con la exacta cerebralidad de quien localiza con precisión las articulaciones que sostienen las partes, los papeles, y aplica el gesto más económico para cortarlas."





Elogio de Ariadna, Pasado a limpio I, Josep Quetglas, 1988

De los sentidos I


En este tema se apunta hacia qué relación debe haber entre hombre y los sentidos que le permiten a éste relacionarse con el mundo (en definitiva, lo que permite al hombre estar, ser, vivir "en"). Tal cuestión surge de una breve cita a Aristóteles, bastante fructífera, por cierto, viéndola des de la perspectiva histórica del pensar occidental. Me refiero a lo siguiente: ha sido habitual en la historia de las civilizaciones occidentales (y tal hecho ha ido acentuándose con el tiempo) una cierta distinción dual -inevitable, por otro lado- de todas las ideas, del pensar y del sentir; del entendimiento y la sensibilidad (en vocabulario de Kant), de lo apolíneo y lo dionisíaco (en vocabulario de Nietzsche), del racionalismo y del empirismo, etc.

Si bien es cierto que entendemos y comprendemos a partir del contraste (entre cosas-ideas-personas-paisajes-etc.), desligar, desvincular, las dos partes de un ente quizá no sea el modo más 'respetuoso' de tratarlo. Analizar el ser humano como mero ente racional cierra puertas a todo aquello que haya en nosotros de sentir (tanto de sentidos como sentimientos), y analizarlo como mero ente sensitivo hace que nos consideremos animales, del montón.

Por otro lado, no es que esté en contra de tal distinción. Tan sólo quisiera poner de manifiesto el hecho de que dichas posturas extremas, aunque permitan entender mucho más profundamente tales "partes" (la racional y la sensitiva) del ser humano, contienen una base, un axioma a priori, de la cual parten con la que no estoy del todo de acuerdo: que tales "partes" existen, a priori. A mi modo de ver -moderno- el que se le atribuya a ambas partes una cierta 'existencia' sobrepasa el que puedan ser ideas, meras contraposiciones 'instrumentales' para facilitar o entender lo que sí hay: el ser humano.

Aun ya siendo evidente e inevitable tal contraposición (la cual, sin duda nos ha aportado mucho para comprendernos), tiene algo en sí misma que quizá nos cierre el modo de mirar, aprender y estar en el mundo. Y, sin duda, se trata de una de las bases más férreas e inmutables de la historia de occidente.

Me gustaría preguntaros algo; ¿creéis que es intrínseco al ser humano, inherente a nosotros, el hecho de entenderlo todo partiendo del contraste, de la contraposición dual entre cosas?





"Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. Una indicación de ello es el placer, la estima, que nos causan las percepciones de nuestros sentidos, que, nos agradan por sí mismas, independientemente de su utilidad, en especial las del sentido de la vista. En efecto, no sólo en lo relativo a la acción [misma], sino incluso cuando ningún objeto práctico nos proponemos, preferimos, por decirlo así, el conocimiento visible a todos los demás conocimientos que nos dan los demás sentidos. Y la razón de esto es que de todos los sentidos la vista es el que mejor nos ayuda a saber las cosas, y revela un gran número de distinciones."





Metafísica [980a] [21], Aristóteles, s. IV aC

Extraído de la Obra completa (volúmenes.17, 18) traducida por Hugh Tredennick. Cambridge, MA, Harvard University Press, Londres, William Heinemann Ltd. 1933, 1989.

12/5/09

Sobre el tiempo

"Stavrogin: En el Apocalipsis, el ángel anuncia que ya no existirá el tiempo.

Kirilov: Lo sé. Eso está dicho expresamente, de forma clara, inquívoca. Cuando todos los hombres sean felices, ya no existirá el tiempo, porque ya no hará falta. Una idea muy cierta.

Stavrogin: ¿Y dónde lo meterán?

Kirilov: En ninguna parte. El tiempo, al fin y al cabo, no es una cosa, sino una idea. Desaparecerá en el entendimiento."






Los endemoniados (Бесы), Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, 1871-72

La maison en petits cubes


Hace poco vi este cortometraje por primera y por segunda vez. Quizás ahora lo vea por tercera vez, pero sería irrelevante contarlo.

Recogí aquí hace poco ciertos fragmentos referidos a Andrei Tarkovski y su cine, en cierto modo con un tono o trasfondo espiritual que nos ayuda a ver cuánto de humanos tenemos y en qué medida puede el cine, en tanto que arte (el caso es extrapolable, sin duda, a otros tipos de arte), reflejar la propia individualidad y los propios sentimientos, in-traducibles a otros lenguajes, no verbalizables.

Esta reflexión que, cual espejo nos permite ver más dentro de lo que cada uno somos o creemos ser, cala hondo en la propia consciencia se me hace más profunda cuando se trata lo temporal (entendiendo lo temporal, claro, desde su condición limitada -o limitante- para el ser humano).

La muerte, el hecho de que tanto a lo que nosotros atañe como a los que nos rodean debamos necesariamente en algún momento desaparecer, debamos algún día dejar éste juego 'vital' en que hemos estado siempre inscritos (me refiero a que, desde nuestra propia consciencia, no conocemos el hecho de no haber estado-sido vivos-vivientes), es algo que no podemos olvidar como humanos.

Justo hará un par de días pasé más que una mera tarde (lapso temporal) con una anciana, familiar, cuyo marido había fallecido. Me relató sentimientos, recuerdos, anécdotas, historias; sus comienzos y sus más y sus menos. Éste tirar mentalmente para atrás, retroceder en nuestro propio tiempo (el de cada uno de nosotros, no una categoría abstracta en genérico, como se suele entender) recordando aquello que ya hemos vivido es algo que solemos hacer.

Pero pocas veces, tales recuerdos son tan comunicables como ese día. Quizá sí en tanto que anécdotas, descripciones de hechos o estados personales de uno o de otro. Pero pasar este posible recuerdo consciente, racional, es menos habitual.

Y, la verdad; somos tan iguales...


PD: Aunque sea directamente prestado -el vídeo- y no consista en un fragmento de texto, creo que es suficientemente de interés y fructífero para empezar a hablar sobre el tiempo y lo que éste es para cada uno de nosotros...





La Maison en petites Cubes, Kunio Kato, 2009

9/5/09

La pregunta por la técnica


¿Qué es aquello en lo que consiste la técnica? Me remito hoy a un fragmento con que Martin Heidegger avanzó en lo que acaece a lo que él entendía por 'técnica'. Siguiendo un punto de partida desde la definición propia de la palabra, el filósofo prosigue en el preguntarse por en qué consiste esta; cuál es la constitución (possibilitas, según el vocabulario de Kant) de ésta. El hecho de distanciar la cosa misma (la técnica) de aquello de cuya esencia ésta se basa, surge, se hace de forma bastante clara, cosa a agradecer. Y, bueno. Os dejo como sorpresa final aquello sobre lo que la técnica conlleva como 'medio' o no 'mero medio' para el hombre...

De especial mención es para mí la concepción de Heidegger sobre el preguntar como transcurso, como camino; como proceso que es en sí mismo aquello que importa (no el destino a donde se llegue o el origen del que se parte). Supongo que debe ser este 'ir-haciendo', 'ir-cuestionándose', el que permite avanzar en la resolución de alguna pregunta, pero dándole primacía al 'ir-resolviéndose' la pregunta misma en contraposición a la 'pregunta-resuelta'. En este sentido, quizá el pensar de Heidegger sea delatado aquí de más humano que científico, hecho que comparto en gran medida (o así yo lo quisiera, claro).






"En lo que sigue preguntamos por la técnica. Preguntar es estar construyendo un camino. Por ello es aconsejable fijar la atención en el camino y no estar pendiente de frases y rótulos aislados. El camino es un camino del pensar. De un modo más o menos perceptible, todos los caminos del pensar llevan, de una forma desacostumbrada, a través del lenguaje. Preguntamos por la técnica y con ello quisiéramos preparar una relación libre con ella. La relación es libre si abre nuestro estar a la esencia de la técnica. Si correspondemos a aquélla, entonces somos capaces de experienciar lo técnico en su limitación.

La técnica no es lo mismo que la esencia de la técnica. Cuando buscamos la esencia del árbol, tenemos que darnos cuenta de que aquello que prevalece en todo árbol como árbol no es a su vez un árbol que se pueda encontrar entre los árboles.

De este modo, la esencia de la técnica tampoco es en manera alguna nada técnico. Por esto nunca experienciaremos nuestra relación para con la esencia de la técnica mientras nos limitemos a representar únicamente lo técnico y a impulsarlo, mientras nos resignemos con lo técnico o lo esquivemos. En todas partes estamos encadenados a la técnica sin que nos podamos librar de ella, tanto si la afirmamos apasionadamente como si la negamos. Sin embargo, cuando del peor modo estamos abandonados a la esencia de la técnica es cuando la consideramos como algo neutral, porque esta representación, a la que hoy se rinde pleitesía de un modo especial, nos hace completamente ciegos para la esencia de la técnica.

Según la antigua doctrina, la esencia de algo es aquello que algo es. Preguntamos por la técnica cuando preguntamos por lo que ella es. Todo el mundo conoce los dos enunciados que contestan a nuestra pregunta. El uno dice: la técnica es un medio para unos fines. El otro dice: la técnica es un hacer del hombre. Las dos definiciones de la técnica se copertenecen. Porque poner fines, crear y usar medios para ellos es un hacer del hombre. A lo que es la técnica pertenece el fabricar y usar útiles, aparatos y máquinas; pertenece esto mismo que se ha elaborado y se ha usado, pertenecen las necesidades y los fines a los que sirven. El todo de estos dispositivos es la técnica, ella misma es una instalación, dicho en latín: un instrumentum.

La representación corriente de la técnica, según la cual ella es un medio y un hacer del hombre, puede llamarse, por tanto, la definición instrumental y antropológica de la técnica.

¿Quién negaría que esto es correcto? Está claro que se rige por aquello que se tiene ante los ojos cuando se habla de la técnica. La definición instrumental de la técnica es incluso correcta de un modo tan inquietante, que además es aplicable a la técnica moderna, de la que normalmente se afirma, con una cierta razón, que, frente a la técnica artesanal de antes, es algo completamente distinto y por tanto nuevo. También la central energética, con sus turbinas y sus generadores, es un medio fabricado por hombres para un fin puesto por hombres. También el avión a reacción y la máquina de alta frecuencia son medios para fines. Por supuesto que una estación de radar es menos sencilla que una veleta. Por supuesto que la fabricación de una máquina de alta frecuencia necesita del juego combinado de distintos procesos de trabajo de la producción técnico-industrial. Por supuesto que una serrería, en un valle perdido de la Selva Negra, es un medio primitivo en comparación con una central hidroeléctrica del Rin.

Sigue siendo correcto que también la técnica moderna es un medio para fines. De ahí que la representación instrumental de la técnica determine todos los esfuerzos por colocar al hombre en el respecto correcto para con la técnica. Todo está en manejar de un modo adecuado la técnica como medio. Lo que queremos, como se suele decir, es «tener la técnica en nuestras manos». Queremos dominarla. El querer dominarla se hace tanto más urgente cuanto mayor es la amenaza de la técnica de escapar al dominio del hombre.

Ahora bien, supuesto que la técnica no es un mero medio, ¿qué pasa con la voluntad de dominarla? Pero dijimos que la definición instrumental de la técnica es correcta. Ciertamente. Lo correcto constata cada vez algo que es lo adecuado en lo que está delante. Sin embargo, para ser correcta, la constatación no necesita en absoluto desvelar en su esencia lo que está delante. Sólo allí donde se da este desvelar acaece de un modo propio lo verdadero. De ahí que lo meramente correcto no sea todavía lo verdadero. Sólo esto nos lleva a una relación libre con aquello que, desde su esencia, nos concierne. En consecuencia, la correcta definición instrumental de la técnica, que es correcta, no nos muestra todavía la esencia de ésta. Para llegar a esta esencia, o por lo menos a su cercanía, tenemos que buscar lo verdadero a través de lo correcto. Tenemos que preguntar: ¿qué es lo instrumental mismo? ¿A qué pertenece una cosa así en tanto que un medio y un fin? Un medio es aquello por lo que algo es efectuado, y de este modo alcanzado. A lo que tiene como consecuencia un efecto lo llamamos causa. Sin embargo, causa no es solamente aquello por medio de lo cual es efectuado algo distinto. También el fin según el cual se determina el modo de los medios vale como causa. Donde se persiguen fines, se emplean medios; donde domina lo instrumental, allí prevalece la condición de causa, la causalidad."





Conferencias y Artículos, Martin Heidegger (Traducción de Eustaquio Barjau, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1994, pp. 9-37), 1953.

7/5/09

Somos de algún sitio


Venga; hoy la última publicación del día -de la noche, más bien-. En relación con aquello que nos es común, con aquello que, según el primer comentario a la película de 'El espejo', somos los humanos, con lo que nos es inherente, hay algo a añadir; algo que no deja ver del todo este fragmento sino que queda colgando aún de la anterior actualización. ¿Qué es más intrínseco al hombre que el decir? -que lo lingüístico- ¿Qué es más inherente a éste que el sentir? -que lo emocional-.

Y de ahí una grave brecha (entre el decir y el sentir) de la que justo hablamos hace poco, donde puede que tenga lugar precisamente el fenómeno de lo artístico. Es decir, ahí donde se formula (o se intenta formular) un nuevo vínculo entre lo que algo dice (lo que a algo le es capacitado decir, el mero discurso, la mera descripción o presencia, la mera realización física, el 'cómo' científico) y lo que algo permite sentir; el generar un puente, salvar la distancia -ni que sea de forma efímera o puntual- momentáneamente entre un sentimiento adscrito a una figura y cómo 'dice' la figura misma. Veremos más de ello, ya lo avanzo, con la Crítica del Juicio de Immanuel Kant; pero hoy no toca, que es tarde...


Volviendo al tema de qué hay de común en el hombre, de qué caracteriza de forma intrínseca el ser-hombre, citaremos un fragmento escrito por el escultor vasco Eduardo Chillida, quien, sin duda, veía en el arte la esperanza del hombre (de redimirse,¿quizá?). Aquí, aún así, la temática gira sobre el que aquello común a todos nosotros sea, literalmente, el horizonte, nuestra patria común, el hecho de que todos tengamos -y necesitemos- un lugar.




"Yo soy de los que piensan, y para mí es muy importante, que los hombres somos de algún sitio. Lo ideal es que seamos de un lugar, que tengamos las raíces en un lugar, pero que nuestros brazos lleguen a todo el mundo, que nos valgan las ideas de cualquier cultura. Todos los lugares son perfectos para el que está adecuado a ellos y yo aquí en mi País Vasco me siento en mi sitio, como un árbol que está adecuado a su territorio, en su terreno pero con los brazos abiertos a todo el mundo. Yo estoy tratando de hacer la obra de un hombre, la mía por que yo soy yo, y como soy de aquí, esa obra tendrá unos tintes particulares, una luz negra, que es la nuestra."




Escritos, Eduardo Chillida (fecha inconcreta)

Sobre 'El Espejo' II


Seguiremos con comentarios de comentarios hoy. Éste otro, encontrado en el mismo libro (un par de páginas después, hacia la página 30 en la edición española) es una carta que mandó una hija a su madre y trata sobre la película en cuestión (citada antes). Volvemos de nuevo a ver esa insistencia en el hombre, el sentido de su vida, ésta espiritualidad primordial, inicial, intrínsecamente humana.

Pero ésta da a ver otros aspectos relativos a la película y a lo que de ella puede fructificar para el espectador. En especial, empieza aquí a germinar un tema del que seguro que se publica algo en este blog: la traducción. Y ya no de una lengua escrita a otra lengua escrita, ni tan sólo de un lenguaje oral a una lengua escrita. Se trata, como veremos, de cuán es de imposible el intentar traducir un sentimiento, una emoción a un lenguaje (sea oral o escrito). Veremos esto más adelante con una transcripción de una conferencia sobre el pronunciar griego y seguramente otra del Parménides de Heidegger, pero cuando me vea con valor me pondré a por ello...!


La pregunta que sugiriría el texto que transcribo a continuación es la de si es cierta o no -y esto lo dejo a expensas vuestras antes y/o después de haber visto la película- la afirmación relativa al que sean las imágenes (de una película, por ejemplo) la traducción o transcripción más directa de un sentimiento (y, por lo tanto, la menos distorsionada).




"¿Cuántas palabras conoce un hombre? -ésta es la pregunta, retórica, a su madre-. ¿Cuántas figuran en su vocabulario cotidiano? ¿Cien, doscientas, trescientas? Revestimos nuestros sentimientos con palabras, intentamos expresar en ellas el dolor, la alegría, todo movimiento interno, todo aquello que en realidad no se puede expresar. Romeo le decía a Julieta palabras maravillosas, muy claras y llenas de expresividad. Pero esas palabras, ¿podían expresar siquiera la mitad de todo aquello que llevaba en su corazón, que contenía su corazón rebosante? ¿Todo aquello que le cortaba el aliento, que hacía que Julieta no pudiera pensar en otra cosa que en su amor?

Hay un lenguaje absolutamente diferente, hay un sistema de comunicación totalmente distinto... a través de sentimientos, imágenes. Este contacto supera todo lo que separa, derriba las fronteras. La voluntad, el sentimiento, las emociones despejan las barreras entre los hombres, que hasta ahora estaban a ambos extremos del espejo detrás de esta o de aquella puerta... El marco de la pantalla se amplía, ante nosotros se abre un mundo, cerrado hasta ahora, y se convierte en una nueva realidad... Y todo esto ya no sucede a través del pequeño Aleksei: aquí ya es el propio Tarkovski quien directamente se dirige a los espectadores, sentados al otro lado de la pantalla. La muerte deja de existir, existe la inmortalidad. El tiempo es una sola unidad, indestructible. Lo mismo que se dice en la poesía: 'Una sola mesa para los descendientes y los nietos...' Por cierto, que mi acceso a esta película fue más bien del tipo emocional, aunque seguro que también se puede acceder a ella de muchas otras maneras. Tú, ¿cómo lo hiciste?

Por favor, escríbeme..."




Lanzaría la pregunta al aire de... y vosotros, ¿cómo lo hicísteis?





Esculpir en el Tiempo (Sapetschatljonnoje wremja), Andrei Tarkovski, 1988 (extracto citado de un espectador)

Sobre 'El Espejo' I


Hoy llego aquí comentando un comentario, una pequeña reseña, una crítica que un espectador -a nuestros ojos anónimo- perteneciente al instituto de física de Moscú hizo en relación a la película 'El espejo' de Andrei Tarkovski (que, por cierto, os recomiendo; sin duda alguna).

En relación al comentario mismo, debo decir que me ha atraído por el motivo de que no se trata de algo descriptivo, sinóptico, en relación exclusiva a la película, sino lo que ésta suscita al que la ve. El autor no trata, además, meramente de categorizar si 'le gusta' o 'no le gusta'. No se trata, pues, -añadiría yo- de la habitual -hoy en día- relativización subjetiva de lo estético, del encerrarse uno en el propio criterio, en la propia sensibilidad de mirar, y poder 'afirmar' algun juicio sobre la calidad de la película (o de algo otro) sin que éste criterio sea humo (es decir, ya sea porque se plantea de un modo oculto o críptico o ya sea porque no lo hay).

Esta crítica a la película es, al fin y al cabo, la voluntad de expresar en general qué es lo que conscierne al hombre en su relación (intrínseca) con lo otro, con su vida y con su entorno.




"La presentación de la película El espejo, de Tarkovski, despertó en el Instituto de Física de la Academia de las Ciencias el mismo interés que en todo Moscú.

El deseo de estar personalmente con el director de dicha película es algo que, desgraciadamente, se cumplió para muy pocos (tampoco el autor de esta nota lo consiguió). Nos resulta incomprensible cómo Tarkovski consigue realizar con medios fílmicos una obra filosóficamente tan densa. Quien acude al cine se ha acostumbrado a que una película tenga una historia, un tema, héroes y casi siempre un 'final feliz'. Y también en las películas de Tarkovski busca esos elementos; y a menudo se va desencantado a casa porque no encuentra ninguno de ellos.

¿De qué trata esta película? Del hombre. Por supuesto que no de aquel hombre concreto, de cuya voz en off se ocupa Inokenti Smoktunovski. No. Es más bien una película sobre ti mismo, sobre tu padre y tu abuelo. Una película sobre el hombre, que vivirá cuando tú hayas muerto, pero que será un 'Tú'. Es una película sobre el hombre que vive en la tierra, que a su vez es parte de ese hombre. Una película sobre el hecho de que el hombre ha de responder con su vida ante el pasado y ante el futuro. Esta película hay que verla, eso es todo, escuchando devotamente la música de Bach y las poesías de Arseni Tarkovski. Y hay que verla como se contemplan las estrellas, el mar o un paisaje bello. Se echará de menos la lógica matemática. Pero ésta, en el fondo, no explica qué es el hombre y en qué consiste el sentido de su vida."




"Ésta [la lógica matemática], en el fondo, no explica qué es el hombre y en qué consiste el sentido de su vida". Quisiera -pronto- volver a remitirme a ésta frase, cuyo carácter negativo (tal cosa no puede ser explicada por la lógica matemática) no hace sino permitir ser al hombre y al sentido de su vida libres, aún dejando con vida una cierta espiritualidad humana que, absolutamente sacra para Tarkovski, nos devuelve a lo inicial, a lo primordial, a lo humano.





Esculpir en el Tiempo (Sapetschatljonnoje wremja), Andrei Tarkovski, 1988 (extracto citado de un espectador)