30/10/09

De la traducción III

"La dificultad que uno se encuentra, en general, al enfrentarse a un texto de otra época (Grecia clásica en este caso) surge de una serie de elementos que distorsionan el significado de las palabras y los matices originales del texto.

Y, ante esta situación, no es del todo inevitable que aparezca un cierto temor a que la traducción ante la cual nos encontramos no sea fidedigna. Ya no tanto por una distorsión de lo dicho mediante palabras y expresiones concretas, perdidas en el tiempo, que hacen inviable una traducción estrictamente inmediata y literaria del texto en cuestión, sino por el hecho de que, con todo cambio de lenguaje, de idioma, algo más se nos escapa, algo más se desvanece; algo referente a la estructura del propio idioma y a su vínculo con -y entre- sus palabras.

Y aun teniendo en cuenta la comprensible desconfianza que pueda haber de una u otra traducción, estableciendo el puente, el paso, de uno a otro idioma, nos encontramos con otra problemática más profunda. O, almenos, que pasa mucho más desapercibida.

Todo leer, en sí mismo, es ya un proceso de traducción, de lo escrito, de las palabras, a la propia mente, a la propia individualidad de cada uno (con lo que de subjetivo haya a esta asociación). Evidentemente, todo miedo a un posible error o tergiversado de las palabras y lo que significan (presentes a una traducción entre lenguas distintas) también está aquí, aunque a menudo es habitual olvidarse de tal parte, como confiando en que las palabras leídas, escritas en este caso por Platón, quieren decir lo mismo que para nosotros.

Hecha esta previa consideración (para vigilar al leer a Platón) y entrando ya en el diálogo [del Banquete], sorprende, a primera vista, su carácter aparentemente narrativo – prosaico.

Pero poco a poco una serie de acontecimientos rozando lo literalmente escénico, con actores que jamás serán directamente Platón (nunca, almenos, de forma clara) nos ayudan a distanciarnos de lo que sería un tópico modo de narrativa. Ya no es Platón el que dice. Es Sócrates que, con Agatón al lado, nos explica un recuerdo de una charla con Diótima sobre el amor; bueno, más precisamente sobre Eros (Ερως), aquel que es entre lo inmortal y lo mortal.

De lo que nos habla directamente el texto, ónticamente, es del entender primordialmente al Eros no como lo que entendemos por lo habitual, por el 'amor' (cuidado con la traducción) si no el que, necesariamente, una persona tiene al desear aquello que no posee. Al iniciarnos en este conocimiento, Diótima enuncia a modo de una especie de enumeración (a lo largo del diálogo) de esos posibles deseos humanos hacia la belleza, pues el Eros es aquel(lo) que, por encima de todo, anhela tal belleza (que no posee pero que le es inherente querer poseer).

Aceptar la tendencia humana a querer lo inmortal por encima de lo mortal es asimilar el Ερως y su carácter de incesante deseo ante lo que jamás podrá tenerse, poseer; es un intento, una permanente e invariable pretensión, es querer ir más allá de lo que meramenta hay (las cosas), lo ente, hacia lo que no puede, por deficinión tenerse, lo eterno. El Ερως, en tanto que ser distante no se encontrará fijado ni a los hombres ni a los dioses (entendids como θεός), sino en el entre (este tipo de ser, en griego antiguo se llama dàimon, Δαίμων) que rellena, que rebosa el entre -dice Platón- amarrándolo todo. Es el vínculo, la conexión entre lo terrenal y lo divino. El Δαίμων, y nadie más, y ningún otro ser, es el que permite mirar a los hombres más allà de las cosas en el mundo; les permite buscar aquello en que consiste el aparecer en una forma, el eidos (Ειδος). Es, pues, el Ερως, desde esta distancia respecto la cosa, aquel que no tan sólo nos permitirá conocerla, desde lo óntico, sino que nos facilitará acercarnos a ella, ontológicamente.

La carencia y el deseo no son sino el sentimiento inevitable de pérdida de lo jamás alcanzable del hombre ante lo que no puede atraparse, decir (λέγειν, λογος), aquello que ni mediante el lenguaje puede explicarse sino con rodeos, vueltas sobre lo mismo, desde la lejanía, desde la distancia con la que se puede mirar desde fuera (Δαίμων), con símiles, diálogos, etc (métodos con que Platón y otros primeros filósofos suelen explicar el pensar). Es la inviabilidad del lenguaje para decir lo que hay más allá de las cosas, pues, otra posible carencia que el hombre, mediante este ser intermedio, desea?"




Comentario sobre el Banquete de Platón, Àngel Menargues, 2008

12/10/09

El Inmortal

"Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto."



Sólo palabras. Sólo lo escrito se mantiene imperecedero. Nosotros, mortales -inherente condición que nos nombraba, a ojos y decires griegos-, somos uno, con el tiempo. Necesariamente con un límite en el tiempo, hecho que determina -eso sí- la vida como vida. Seré Nadie, y seré Todos. Seré Hombre.



El Inmortal (El Aleph), Jorge Luis Borges, 1949