29/6/11

El milagro de Anne Sullivan (y Hellen Keller)


A raíz de haber visto -quizá por tercera vez- la película de 1962 dirigida por Arthur Penn, pensé en dedicar una entrada del blog a ello, ya tenga que ver con la historia ocurrida a finales del XIX, con la película que casi un siglo después relataría la proeza, o con lo que en sí podría decirse desde el campo de la lingüística.
Si bien la razón situaria como punto de partida -necesario- de la posibilidad de conocimiento acerca de lo que nos rodea la admisión o recepción de un sinfín de impresiones, vinculándolas, asociándolas consecutivamente (a posteriori) con unas ciertas experiencias o figuras -en términos kantianos, dando por irrevocable, por fijo, el ligazón entre una multiplicidad de impresiones con una unidad de figura (llegando a la génesis del concepto)-, hay algo aún más primario que suele pasarnos por alto. Me refiero a la consciencia del vínculo, de la capacidad de haber una relación entre la sensación y el establecimiento de un concepto vinculado con ella. Aun así, solemos considerar esta consciencia de la adecuación de lo sensible al concepto como algo dado, como algo a priori de toda experiencia:




"Las representaciones en las que no se encuentra nada perteneciente a la sensación las llamo puras (en sentido trascendental). Según esto, la forma pura de las intuiciones sensibles en general, donde se intuye en ciertas relaciones toda la diversidad de los fenómenos, se hallará a priori en el psiquismo"




No fue así para Hellen Keller, quien a los 19 meses de edad, quedó de por vida sorda y ciega. Del hecho de serle arrebatadas la capacidades de mirada y oído podría llevar a la duda tal juicio kantiano. Ya no por el mero hecho de que las posibilidades de recepción de impresiones le fueran tremendamente limitadas, de la dificultad de transmitir mediante un medio ni visual ni auditivo: meramente táctil, olfativo y de gusto, sentidos que solemos vincular tan sólo a la recepción (no a la capacidad o posibilidad de emisión en el acto comunicativo). Quizá el problema vaya más allá, acerca del vínculo establecido necesariamente entre impresión y concepto. Quizá esta relación no sea tan universal o necesaria como podríamos pensar. Es algo a ser aprendido. Que las cosas tienen -pueden tener- un nombre, que todo es nombrable y que, con ello, la comunicación se establece mediante la abstracción de las cosas en palabras. Pensar en que fue -este caso- una excepción, límite de la posibilidad de conocimiento, sería negar algo muy esencial: la posibilidad de conocer no tan sólo requiere de una base sustantosa de inputs, nuevas impresiones a recibir, sino que necesita de la insistencia de asociación de tales inputs a abstracciones sonoras. Tales abstracciones, empiezan por entenderse asociadas a las cosas o impresiones en sí, pero acaban sustituyendo las sensaciones; se asimila -quizá a base de insistencia o repetición- lo más esencial: que una abstracción sonora significa. Que lo que ocurre en el mundo es decible. Se fija una secuencia sonora a algo -ya sea cosa, sensación, experiencia o idea- que existe. Del hecho que a Hellen Keller le fueran privados los sentidos básicos en lo que podríamos llamar el proceso de recepción principal de información en un bebé (las impresiones de la vista y los sonidos) -quizá los otros sentidos, el gusto y el olfato, necesiten cierta educación posterior- se puede entender que el proceso cognoscitivo quedaría atrofiado, dislocado. Particularmente abortado en aquella serie de instantes en los que se debería recibir información, impresiones, para que uno pudiera hacer aflorar el que hay un puente, una relación, entre sensación y concepto o forma. Propondría un paso más allá. No es la falta de información -fáctica- lo que falla aquí (ya fuera este caso o considerando genéricamente el proceso de aprendizaje que llevaría a la capacidad de entender y comunicar). Se trata de la imposibilidad de establecer la 'norma' a priori. De insistir en que una cosa se asocia con la otra. Que a una impresión dada (sea cual fuere, no hace falta lógicamente que la haya) le corresponde un algo otro (de otro tipo de cosas, sonora o conceptual). El que esta relación venga dada de forma innata es algo que cualquiera podría ver dudoso. Lo bello del ejemplo es haber encontrado las cartas escritas por Hellen Keller y Anne Mansfield Sullivan refiriéndose al momento más especial: aquel momento en que la mente humana de una niña sordociega consigue enteneder, aprehender, que el lenguaje no es un simple juego de manos o movimientos. Que hay vínculo, ligazón. Establecimiento de asociación de lo que existe en el mundo con secuencias (palabras, sonidos, movimientos, vibraciones). Vibración; es quizá el momento más emocionante de la vida humana. Debe ser que solemos ser demasiado poco conscientes de nuestros actos, demasiado pequeños, para recordarlo. Tanto la alumna, Hellen, como la maestra, Anne, pudieron recordar el momento de asimilación, de comprensión, de autoconsciencia de la potencia del lenguaje, de lo lingüístico, en el ser humano. Aquí tenéis; en primer lugar, cómo lo vivió Anne; en segundo, Hellen, que descubrió un nuevo mundo mediante la experiencia desde lo lingüístico.




"Esta mañana, mientras ella lavaba, quiso saber como se decía agua. Cuando quiere saber el nombre de algo, lo señala y me palmea la mano. Yo deletrée y no pensé más en ello hasta después del desayuno. Entonces se me ocurrió que con la ayuda de esta nueva palabra podría solucionar la confusión taza-leche. Fuimos a la fuente,e hice que Helen sostuviera su taza bajo el chorro mientras yo bombeaba. Mientras el agua fresca brotaba, llenando la taza, deletrée ''a-g-u-a'' en la mano libre de Helen. La estrecha cercanía entre la palabra y la sensación del chorro de agua fría en la mano pareció sobresaltarla. Helen soltó la taza y se quedó como transfigurada. Una nueva luz le iluminó el semblante. Deletreó agua varias veces. Luego se arrojó al suelo y me preguntó su nombre y me señaló la bomba y la glorieta, y de pronto se volvió para preguntarme mi nombre. Deletreé maestra. Entonces la niñera trajo a la hermanita de Helen, y Helen deletreó bebé y señaló a la niñera. Durante el regreso a casa estaba muy alborotada ,y aprendió el nombre de cada objeto que tocaba, de modo que en pocas horas había añadido treinta palabras nuevas a su vocabulario."




"Caminamos por el sendero hasta la fuente, atraídas por la fragancia de la madreselva que la cubría. Alguien extraía agua y mi maestra puso mi mano bajo el grifo. Mientras el chorro fresco me empapaba una mano, ella deletreó en la otra la palabra agua, primero despacio, después de prisa. Me quedé en silencio, fijando mi atención en el movimiento de sus dedos. De pronto tuve una borrosa conciencia, como de algo olvidado, el estremecimiento de un pensamiento que regresaba; y de algún modo se me reveló el misterio del lenguaje. Supe entonces que ''a-g-u-a'' significaba esa maravillosa frescura que rozaba la mano.Esa palabra viviente despertó mi alma, le dio luz, esperanza, alegría, la liberó. Aun había barreras, es verdad, pero barreras que podrían eliminarse con el tiempo.

Me fui de la fuente ansiosa de aprender que todo tenía un nombre, y cada nombre engendraba un nuevo pensamiento. Mientras regresábamos a la casa, cada objeto que yo tocaba parecía temblar de vitalidad: era porque lo veía todo con la extraña y nueva visión que me había embargado."










Crítica de la Razón Pura (Kritik der reinen Vernunft) A/p.20 (B/p.34), Immanuel Kant, 1781 (B, 1787).

Diario personal, Anne Mansfield Sullivan, 1887.

Historia de mi Vida, Introducción, Hellen Keller, 1902.

26/6/11

Pajaritos y pajarracos


"(...) un despropósito: que sea posible dibujar arquitectura(...). Ya ha sido reconocido, desde, por lo menos, los teóricos de la 'pura visualidad', la intraducibilidad general de los lenguajes artísticos entre sí. No puede dibujarse arquitectura, como no puede musicarse pintura o bailarse novela. El contenido de una obra es y está en su proceso de percepción, y no hay quien oiga por los ojos. Se trata, en cada caso, de una experiencia de puesta en marcha de aquellos específicos medios de composición y percepción que la propia obra de arte solicita; obra que siemre es advertida, además, como último eslabón de la serie canónica de obras de su tipo, que ella misma prolonga, supera o rompe. Sobre todo esto, léase a Sklovsky, pero recuérdese que un arquitecto radical de nuestro tiempo -Adolf Loos- ya advirtió que 'cada obra de arte tiene leyes internas tan fuertes que sólo puede manifestarse en una única forma'."

















Expressionist Theatre,
Hans Scharoun, 1922-23.

Piazza del Campo, Siena, Louis I. Kahn, 1951.





¿Es así, debe ser así, la relación entre las distintas formas de Arte, aferrándose a su condición más puramente intransferible, sectaria, aislada? La voluntad de establecer vínculos que uno tiene quizá jugaría una mala pasada al prejuicio negativo ante esta afirmación desprendida del texto citado. Pero cierto es, que no puede pretenderse bailar una novela, cantar una escultura, o musicar una obra de arquitectura. Son cosas distintas. No tan sólo en su proceso de producción (tanto física como mental) sino también en su diálogo con el público, en su propia constitución, su modo de ser comunicado.

Quizá recuerde esto a la película Pajaritos y Pajarracos (Uccellacci e Uccellini, 1966) de Pier Paolo Pasolini, en que se es encomendada la tarea de evangelizar a halcones y gorriones, siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís. La incapacidad de comunicar mediante un lenguaje distinto al propio, el de los halcones, ya es, de por sí, inimaginable. Pero, una vez ha podido superarse esta barrera, la mayor imposibilidad radicará en el hecho de pretender comunicar mediante el lenguaje de los halcones a los gorriones, quienes se comunican mediante otro tipo de lenguaje.

La pintura no habla el lenguaje de la arquitectura. Ni el de la música. No habla mediante los parámetros que podrían considerarse básicos para referenciar un algo en relación con un algo distinto; los lenguajes propios de cada una de las formas de arte acontecen en la propia articulación y constitución de sí mismas. Cada forma de arte tiene sus características, sus parámetros dentro-de-los-cuales es expresable, puede moverse. Y, por mucho que lleguen a abstraerse, a tender hacia sus propios límites, siguen conservando un algo de esencia que les permite pertenecer a la propia rama de la que, quizá, intentan también abstraerse. Casos acerca de este juicio podrían encontrarse ya fuera en pintura con Málevich en relación con llegar al límite, pretender abstraerse de bases tan aceptadas de la pintura como el tener cierta forma reconocible o el que haya color distintivo, o, por ejemplo, en el 4'33 de John Cage y su pieza musical sin sonido, abstrayéndose en el silencio de toda posible forma de ritmo, melodía o secuencia musical reconocible... ¿No siguen, aun acercándose al límite, perteneciendo a la forma de arte con cuyos caracteres juegan, luchan?

Musicarse pintura sería algo tal como dibujar danza, volver película novelas. De ahí la queja permanente en su 'Esculpir en el tiempo' de Andrei Tarkovsky; el cine tiene su propio lenguaje; subyaciéndose de la literatura, el cine perdería su condición de cine en tanto que tal. ¿No ocurrirá lo mismo con las otras Artes? ¿No será subyugar la arquitectura del mero dibujo un modo de pictorizar, convertir, mutar en lenguaje pictórico el objeto arquitectónico? ¿No será precisamente esta la gracia? Me refiero, ¿no es justamente esa tensión añadida, innecesaria (cada uno con su propio lenguaje sería lo más calmado, apaciguado), la que nos rinde cuentas de la existencia de un lenguaje propio, la que nos pone (o puede poner) de manifiesto lo característico de cada modo de hacer Arte?





Pasado a Limpio I, p.134-135, Josep Quetglas, 1985.

8/6/11

Borges y yo


"Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo xviii, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página."




El Hacedor, Emecé,
Jorge Luis Borges, 1960.