7/9/10

Vida externa


Aun el claro e irrefutable juicio verdadero acerca de la voluntad de uno mismo a quedarse en el extranjero y dejar en un cierto regazo, más bien lejano, la propia patria -si es que patria tiene ciertamente un sentido profundo-, vuelvo.


Vuelvo básicamente por un conjunto de gente ya-conocida, con quienes uno tiene la capacidad aprendida (con años y cervezas varias) y no innata de hablar e interesarse por todo y más. Aún así, este país me ha maravillado. No tan sólo la organización irreprochable que acaba teniendo la vida alemana en sí, sino más bien el contraste en que uno se encuentra ante la potente -y no tan sólo aparente- dualidad irreductible entre lo que uno ya-ha vivido y lo que -y más en un ámbito totalmente extraño- va o irá a vivir.

La condición sine qua non para volver es, para mí, ser capaz de juzgar con suficiente objetividad y raciocinio la propia experiencia pasada. De si vale la pena la ciudad patria de uno mismo o la ciudad en que has crecido en el último año. O si ambas, o si ninguna. El asunto es ser capaz, o verse capaz, de juzgar, y, como suele ser habitual, ése suele ser el mayor problema.

Ya no hablo del hecho de que, democráticamente, se haya extendido la consideración de validez de la masa en sí, si no de la razón y de la lógica interna de las cosas, que viene a ser lo que le interesa a uno.

Además; hay tanto por hacer que qué más dará desde dónde se haga...





Crónicas en círculo, Àngel Menargues, 2010

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