28/12/09

La Sala de la Doble Maat


Hoy es día de profundizar sobre religiones en base a lo lingüístico -tema recurrente en el blog, sin duda-. Nos aproximaremos a la concepción y escritura del Juicio de Osiris, (presente en el capítulo 125 del libro de los muertos egipcio) desde una cierta comparativa lingüística respecto a otros documentos similares. Éste, repetido hasta la saciedad en los textos de las pirámides (y de los sarcófagos) a lo largo del Imperio Medio, era el fragmento cúspide de lo que podríamos llamar el proceso ritual que debía seguir el difunto para poder pasar a la vida del Más Allá. Así pues, se tratar de un texto funerario utilizable, simbólicamente, a modo de guía -necesaria y fundamental para el muerto-.


En ésta, se relata como tema principal el cómo ocurre el juicio (una especie de juicio universal cristiano a modo individual, a burdos rasgos conceptualmente hablando) para el muerto y ante quién debe éste comparecer. Se vincula, pues, cada crimen, cada malicia, cada 'pecado' (en lo que sería un vocabulario más próximo al nuestro), a una figura divina, a la figura de un demonio (sin reminiscencias al demonio cristiano, cuidado).


El emplazamiento del juicio, la Sala de las Dos Maat, de la Doble Maat, o de las dos verdades; allí comparecía el fallecido para que se llevase a cabo el proceso de juzgado de su alma. En esta Sala del Más Allá, el Tribunal, compuesto por 42 figuras sobrenaturales (dioses, demonios), juzgaba al difunto de forma pasiva. Jamás encontraremos aquí pues el decir -activo, positivo- del dios egipcio que juzga, sino la mera confesión del fallecido -negativa- posicionándose en contra del haber hecho -en vida- alguno de los actos por los cuales se le -potencialmente- acusa desde las sentencias que más abajo se transcriben.


Los 42 dioses, presididos por la figura de Osiris, en un gélido e incómodo silencio, escuchan, pues, la declaración de inocencia del difunto, consistente en el enunciar (deberíamos atender a la importancia que en este juicio tiene el decir del fallecido en sí mismo, aun el necesario carácter omnicognosciente de lo divino) la completa serie -sucedida a modo ritual- de las 42 sentencias relativas a cada una de las figuras presentes en el fatídico Tribunal. Formulando negativamente todo aquello castigable o moralmente reprochable por la sociedad egipcia (ya fuere desde el atentar contra otros individuos hasta lógicas normas de convivencia social).





Volviendo al análisis meramente lingüístico nos encontraríamos ante un monólogo (I), en el cual se cita indirectamente a todas las divinidades que se postran (II) ante el muerto, hacia las cuales éste debe dirigirse (III) clamando la propia inocencia. Toda sentencia pronunciada -dicha, externalizada oralmente- (IV) es necesariamente en pasado, en tiempo perfecto, terminado (V), puesto que el muerto habla sobre lo que ha hecho o no hecho en la pasada vida. Como punto final, considérese un cierto -posible y ciertamente dudoso- carácter pantomímico del Tribunal en base a la necesaria condición verdadera de lo dicho (ante el infinito conocimiento de lo divino sobre la vida del difunto, ¿sería posible mentir? ¿qué sentido tendría?) (VI).





I. Necesariamente monólogo desde la condición silenciada de lo divino; ésta condición, a priori variable (a nuestros ojos) se convertiría en única vía posible en el momento en que entendemos el juicio desde la imposibilidad del difunto de mentir a la divinidad, y, en consecuencia, la innecesaria réplica por parte de éstos.


II. Aún así, las divinidades están presentes, a modo temible, siendo ellos mismos los jueces del Tribunal. ¿Lo juzgan, pues, desde su mera presencia -aun su silencio-? Una nota que aquí querría añadir surge desde el hecho de que en múltiples representaciones de esta escena no aparecen todas las 42 divinidades. Se suele explicar en base al tamaño descomunal que tal escena adoptaría en caso de su total representación, pero falta aún estudiar más detalladamente si la falta de uno u otro dios tiene otra explicación menos 'porque no me cabían todos'. En especial, el vínculo de cada divinidad a una de las 42 regiones egipcias, es claro, pero aún falta por determinar por qué a cada una se le asociaba un concreto crimen. ¿Razón histórica asociando a ciertas zonas ciertos crímenes? Dicho así, rebosaría prejuicios.


III. Véase que no se trata en ningún caso de representaciones de la divinidad sino de la divinidad misma (aún así deberíamos recordar al lector que lo que nosotros vemos -a ojos modernos- como una 'escultura' de un dios egipcio, de un dios griego, a ojos antiguos esto no era necesariamente así. Otro día intentaré encontrar algún fragmento desde el que se pueda ver ésta diferencia.


IV. El carácter obligado de pronunciar, de decir lo hecho, le da un carácter físico, real, al juicio. No consiste éste en nada parecido a un acto de magia desde el cual se determina quién es bueno y quién no (más similar a la concepción cristiana del juicio final); es un juicio en toda regla, en que el -potencial- acusado defiende su inocencia.


V. Se trata, pues, de enunciar un 'sujeto', un 'individuo', desde sus actos en vida, justo en el momento en que éste ya no puede modificar nada. Es así como puede, también en la mentalidad griega, entenderse al individuo: como proyecto -necesariamente inconcluso en vida- de ser. Se es justo en el momento en que ya no se puede variar lo ya-hecho. Uno es capaz de tematizar algo, de hablar de algo, cuando éste, en tanto que figura, es cerrada, conclusa.Podríamos añadir una comparativa aquí -ya bastante conocida- sobre cómo se dicen los mandamientos cristianos y cómo éstas sentencias egipcias. Los mandamientos cristianos se proclaman en futuro, dichos por la divinidad -de forma indirecta, a través de Moisés- hacia el humano, no al revés. Además, éstas sentencias cristianas están en futuro (No matarás) a diferencia del pasado utilizado en las egipcias (No he matado). Un día desarrollaré este tema, lo encuentro muy interesante para avanzar en el conocimiento de cómo se entiende para una y otra tradición la muerte, la culpa y el castigo.


VI. Visto así, ¿no sería el acto del juicio -como ya se ha dicho- innecesario? Podríamos preguntarnos ¿qué sentido hay en enunciar lo que uno ha hecho cuando el juez ya lo sabe? ¿Es cuestión de reconocer lo que uno ha hecho? ¿O lo es de ser sincero con uno mismo? ¿A quién engañar, sino es a uno mismo mintiendo sobre los propios actos en vida? ¿Sería posible no titubear al mentir a la divinidad? Y, en sentido estricto, estableciendo un paralelismo -cognoscitivo- entre lo que sabe uno y lo que sabe el dios sobre uno (lo mismo), ¿Sería posible no titubear al mentir a uno mismo? ¿No se trata, pues, esta 'enunciación' de lo hecho -y, en principio, de lo no-hecho- de aquel carácter sólido, fuerte y valiente necesario para afrontar el Más Allá (sea lo que fuere)? ¿No creéis que no hay sino reconocerse a uno mismo, en lo bueno y lo malo, en describirse y relatarse a uno mismo como proyecto ya-cerrado, ya-concluso?





"¡Oh (tú), El que camina a grandes zancadas, que sales de Heliópolis! No cometí iniquidad.

¡Oh (tú), El que oprime la llama 10, que sales de Kheraha! No robé con violencia.
¡Oh Nariz divina, que sales de Hermópolis! No fui codicioso.
¡Oh Devorador de sombras, que sales de la caverna! No robé.
¡Oh El de rostro terrible, que sales de Re-stau! No maté a ninguna persona.
¡Oh Ruty, que sales del cielo! No disminuí las medidas (de áridos).
¡Oh El de los ojos de fuego, que sales de Letópolis! No cometí prevaricación.

iOh Incandescente, que sales de Khetkhet!. No robé los bienes de ningún dios.
¡Oh Triturador de huesos, que sales de Heracleópolis! No dije mentiras.
¡Oh Espabilador de la llama, que sales de Menfis! No robé comida.
¡Oh El de la caverna, que sales del Occidente! No estuve de mal humor.
¡Oh El de los dientes blancos, que sales de El Fayum! No transgredí nada.
¡Oh El que se nutre de sangre, que sales de la sala de sacrificio! No maté ningún animal sagrado.
¡Oh Devorador de entrañas, que sales de la Casa de los Treinta"? No fui acaparador de granos.
iOh Señor de Justicia, que sales de Maaty! No robé pan.
iOh Errante, que sales de Bubastis! No me entrometí en cosas ajenas.
¡Oh Pálido, que sales de Heliópolis! No fui hablador.
iOh Doblemente malvado, que sales de Andjty! No disputé nada más que por mis propios asuntos.
¡Oh Uarnernty, que sales de la sala del juicio! No tuve comercio (carnal) con una mujer casada.
¡Oh El que mira lo que trae, que sales del templo de Min! No forniqué.
iOh Jefe de los Grandes (dioses), que sales de Imu! No inspiré temor.
¡Oh Demoledor, que sales de Huy! No transgredí nada.
¡Oh El confidente de disturbios, que sales del Lugar santo! No me dejé arrastrar por las palabras.
¡Oh El Niño, que sales de Heqa-andj! No fui sordo a las palabras de la Verdad.
iOh El que anuncia la decisión, que sales de Unsy! No fui insolente.
iOh Basty , que sales de la Urna! No guiñé el ojo.

¡Oh El de rostro vuelto, que sales de la Tumba! No fui depravado ni pederasta.
¡Oh El de pierna ígnea, que sales de las regiones crepusculares! No fui falso.
¡Oh Tenebroso, que sales de las Tinieblas! No insulté a nadie.
¡Oh El que aporta su ofrenda, que sale de Sais! No fui violento.
¡Oh Poseedor de varios rostros, que sales de Nedjefet! No juzgué precipitadamente.
iOh Acusador, originario de Utjenet! No transgredí mi condición (hasta el extremo) de encolerizarme contra dios.
iOh Señor de los dos cuernos, que sales de Assiut! No fui hablador.
¡Oh Nefertum, que sales de Menfis! Estoy sin pecados, no hice el mal.
iOh Tem-sep, que sales de Busiris! No insulté al rey.
¡Oh El que actúa según su corazón, que sales de Tjebu! No he pisado el agua.

¡Oh Fluido, que sales de Nun! No hablé con soberbia.

¡Oh Regidor de los hombres, que sales de tu Residencia! No blasfemé contra dios.
¡Oh Procurador del bien, que sales de Huy! No me comporté con insolencia.
¡Oh Neheb-kau, que sales de la Ciudad! No hice excepciones en mi favor.
¡Oh El de Cabeza prestigiosa", que sales de la Tumba! No acrecenté mi riqueza, sino con lo que me pertenecía en justicia.
¡Oh In-dief, que sales de la Necrópolis! No calumnié a dios en mi ciudad."




Capítulo 125 del Libro de los Muertos egipcio, Papiro del escriba Hunefer. XIX Dinastía, (finales del siglo XII aC), Tebas (en la colección del British Museum. EA 9901/3)

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